Eran más que enormes,
las ganas de poseerla,
entre mis brazos y piernas
aunque fuese sólo por una vez.
Ni en años
hubiera imaginado
el hacer realidad
ese deseo.
Sus labios, sus ojos,
sus ojos, sus labios.
Unos me comían y otros
querían comerme.
Se respiraba un deseo
en el aire,
que hasta el viento
no se atrevía a volar entre nosotras.
Y cuando se liberó el deseo,
y llegó a tal locura,
nos hizo perder la cordura.
Menuda lujuria.
Ya no era deseo, era necesidad.
La necesidad de besarla,
pues así lo pedía su sonrisa.
La necesidad de sentir placer,
a través de otra piel
-de su piel-.
Y cuando se aparcaba el sexo
para dar paso a las caricias,
ni yo era consciente
de cuanto me gustaría.
Así fue como,
con sus besos y orgasmos,
su enorme corazón y tiernas caricias,
quiso ser mi musa por un día.
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