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lunes, 11 de abril de 2016

Presentándome al amor.

Tiene una sonrisa que invita a pecar, que abarca locura y la transforma en lujuria.
No recuerdo haber visto ninguna tan peculiar como aquella, y os puedo prometer que no he visto pocas. Era tan suya y a la vez quería hacerla tan mía, que al final acabó siendo nuestra. 
O de nadie, tal vez.

Cierro los ojos y puedo verla de nuevo. Aquí, en el lado izquierdo de mi cama, con esa sonrisa tan resplandeciente que era capaz de lograr cualquier cosa de mi. Capaz de provocar infinitas sonrisas en mis labios, que no querían sonreír, sino ser besados.

Y ya no hablemos de sus ojos, esos perfectos diamantes de color ocre que me miran a la vez que me reclaman un beso después de cada uno de ellos. Los mismos que me rompen el alma cada vez que se empapan de lágrimas por cualquier motivo y que me empapan a mi cada vez que los guiña.

Si es que ya me advirtieron a mi, que cuando estuviera preparada para saber que era el amor, se presentaría él mismo en carne y hueso.

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